martes, 8 de febrero de 2011

¿DE QUIÉN SON LOS VOTOS CON QUE SE ELIGE UN PARLAMENTARIO?



Es moneda corriente estimar que una persona más o menos conocida lleva agua para el molino de un partido en la justa electoral al Congreso. Ello alienta la pretensión de algunos de los actores de la vida pública de sentirse por encima de las organizaciones que los eligieron y desatender, cuando no despreciar, las políticas que la organización propone como consecuencia del plan de gobierno que presentaron a la ciudadanía al momento de la elección, o la conducta que promueve frente a una coyuntura política específica.

“YO LLEGO AL PARLAMENTO CON MIS VOTOS”

La frase “yo llegué al parlamento con mis votos y no le debo nada a nadie”, es algo que conviene revisar cuando estamos ad portas de un nuevo proceso donde se renovará el Congreso y accederán a las curules tanto personajes ya conocidos que han estado en la política por algún tiempo y que estiman haber acumulado un respaldo propio, cuanto por nuevos actores que insisten en que esa su personalidad es lo que ha hecho que el pueblo vote por ellos y, por lo mismo, tienen una suerte de derecho a desmarcarse de lo que el colectivo que los llevó plantea.

LA IMPORTANCIA DEL PARTIDO MÁS ALLÁ DE LOS VOTOS PREFERENCIALES

No es el tema tan sencillo como lo plantean, menos aún cuando las elecciones parlamentarias se llevan a cabo a la vez que las elecciones presidenciales y donde, como es obvio, el peso de la campaña recae en el candidato a presidente. En este contexto ya hay que relativizar la pretensión de los parlamentarios. La fuerza o la debilidad de la candidatura a la primera magistratura pone un primer rasero en la elección. Candidatos a parlamentarios potencialmente fuertes si se les compara con otros aspirantes pueden pasar las de Caín y no ser elegidos si van dentro de una lista que lidera una persona que no convoca adhesiones para la Presidencia de la República.

Pasó sin duda, y lo voy a consignar directamente, con Fuerza Democrática en la elección del 2006. Candidatos de la importancia de Marco Falconí o Norman Lewis no fueron elegidos no obstante su claro arraigo popular en la zona. La candidatura presidencial de dicho partido, que tuve el honor de personificar, no levantó vuelo y ello perjudicó a estas y otras opciones. Por el contrario, personajes con mucho menos pergaminos que los anteriores y probadamente ahora que termina el período, de mucha menor utilidad para sus pueblos, fueron elegidos tanto en Arequipa como en Loreto dado que iban en la lista de candidatos presidenciales que sí llegaron a convocar adhesiones para la primera magistratura. Eso pasó también con la marea de Acción Popular en 1980, aún cuando allí se dio el sistema de lista cerrada, o con el número y calidad de electos en las filas de Ollanta Humala en el 2006.

El voto cruzado no es una constante en el país. Especialmente en las elecciones generales donde se conjugan las presidenciales con las parlamentarias. El hecho de ir en una lista importante ya es una ventaja apetecible. Ello no depende del candidato a Congreso. En todo caso, no es para nada frecuente el que un candidato al Legislativo haga que una persona piense que debe de votar también por el Presidente de la lista en la que él va, porque ha tenido el acierto de convocarlo para la lista congresal.

¿NO HAN PENSADO CUÁNTOS VOTOS SE REQUIERE PARA ACCEDER A UN ESCAÑO?

Pero la segunda reflexión aparece en cuanto al propio número de votos preferenciales y los sufragios que se requieren para que un candidato acceda a una curul en el Congreso. Vamos a poner dos casos concretos para explicarnos mejor. Uno que se refiere a una jurisdicción numerosa y el otro referido a una más pequeña.

Si tomamos como ejemplo Lima Metropolitana, veremos que se tiene, aproximadamente 4’800,000 votantes más 250,000 de peruanos en el extranjero, de los cuales es de esperarse que sólo concurran 4’000,000 a las urnas. Esta circunscripción tiene 36 curules. Si dividimos 4’000,000 entre 36 el resultado es 111,111. Esto quiere decir que esa es la cifra con que, grosso modo (hay algunas pequeñas distorsiones por los partidos que no alcanzan pasar la valla o no llegan a esa cifra) se consigue un escaño en el Congreso. Con menos de esto el partido más pequeño no tiene chance de acceder a él.

Volvamos ahora al voto preferencial, que es el segundo cálculo que se hace en la votación. Resultan electos aquellos parlamentarios dentro de la lista que hayan alcanzado más votos hacia su persona, pero en este rubro tenemos claro que una mayoría de ciudadanos vota sólo por el partido y no lo hace por un candidato específico. De hecho, quienes van al Parlamento llegan, casi siempre con menos de esos 111,111 votos preferenciales. La mayoría ha llegado en el último Congreso dentro del rango de 8,000 a 25,000 votos. Eso quiere decir que incluso quienes se sienten muy populares entre los candidatos, le quedan debiendo votos al partido. Con sus solas preferencias no habrían alcanzado ninguna curul. Por muy notorio o notable que sea un aspirante, su aporte directo al Partido no llega a la cantidad mínima requerida para entrar al Congreso.

Aquí queda patente que hay que tener un poco más de humildad cuando se habla de los votos que los candidatos al Congreso suman al partido por el que postulan. La ecuación entre partido y candidato se inclina hacia el partido, ya sea para bien o para mal. Por eso, cuando escuchamos a quienes reclaman una independencia a partir de una supuesta gran popularidad que lo ha llevado al Parlamento “con sus propios votos” podemos decir que ello sólo podría alegarse si es que este personaje obtuvo más de esos 111,111 votos preferenciales.

Un cálculo similar puede hacerse en una circunscripción pequeña. En Loreto, por ejemplo, donde se eligen 4 representantes para una circunscripción aproximada de 500,000 votantes, considerando que sufraguen 420,000, se llega a la conclusión que se requiere aproximadamente 105,000 votos para alcanzar un escaño. Si no se llaga a esa suma, los demás votos habrán sido cortesía del partido.

Por lo demás, es posible que, como ya se señaló, un personaje popular o bueno, no alcance esa cifra si no va en una lista convocante. ¿Sacaría la misma cantidad de votos Cecilia Tait si en vez de ir en las listas de Perú Posible fuera candidata del partido JUSTE? ¿Obtendría los mismos sufragios Rosa García si en vez de acompañar a Castañeda fuera por el partido de los fonavistas? La respuesta es obvia.

EN SUMA, A TOMAR UBICAÍNA EN FRASCOS GRANDES

Esto debe de quedar muy en claro. Incluso antes de discutir la bondad o perjuicio que ha traído este sistema al país. Un poco de ecuanimidad (“ubicaína” la llaman en el lenguaje coloquial) no estaría mal para quienes son invitados a las listas parlamentarias y alucinan que su solo nombre convoca torrentes de adhesión.

Alberto Borea Odria



Imagenes: Internet

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